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Ventana abierta. Charla con Hugo Grob. Canciones, nubes, cine…

  • Foto del escritor: Silj Arcon
    Silj Arcon
  • 9 may 2018
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 11 may 2018

Parte 1.

¿Es necesario ser reflexivos sobre nosotros mismos? ¿Somos conscientes de en qué punto de nuestras vidas nos encontramos? ¿Será que somos capaces de con un texto; una imagen; un concepto; una película; una herramienta; un evento; una serie de acciones, actos u omisiones; definirnos a nosotros mismos como a manera de “corte” viendo nuestra vida con perspectiva hacia el pasado o bien a futuro? ¿Será posible nuestra existencia, más allá de la materialidad de nuestro cuerpo?


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Conocí a Hugo Grob durante una rueda de prensa de cierto concierto de rock. Una especie de festival. Recuerdo que Javier Corcovado y El Clan formaban parte del cartel. El primero me ha hecho cantar frases como “quemaba Roma Nerón…” o “La muerte, la muerte, la muerte”. Y a El Clan no lo conocía. Al final de la rueda de prensa, me acerqué a ellos. Recuerdo que les conté sobre algún proyecto que tenía entre manos en esa época. Les conté sobre mi interés en el periodismo cultural, específicamente, las entrevistas a bandas que tuvieran interés por crear música. Les gustó esta última parte, y ese día, recuerdo las justas palabras de Hugo: “Tienes llamado para el próximo martes”. La cita fue en casa de Guillermo Clemente, otro integrante de dicha agrupación en aquel entonces.

Pasó el tiempo, la entrevista con El Clan se quedó “enlatada”, pienso ahora, podría expresar el mismo Hugo Grob, pues con el tiempo de conocerlo, percibo tiene él, cierto gusto por el cine. Así, la entrevista no se publicó. Se realizó, pero no ha salido más allá de una pantalla de 35x20 cm.

Volví a contactar a Hugo. Una nueva oportunidad para que el mundo conozca su forma de pensar, sus formas de sentir el arte, y también, por qué no decirlo de esa manera, de que alguien (posibles cibernautas contemporáneos, cibernautas sucesores, extraterrestres, etcétera.) conozcan la forma en que el autor de este texto percibe y expresa, las formas de sentir de ese tal Grob.

Y porque lo que realmente me tiene aquí, redactando unas líneas introductorias, es compartirles la charla con Hugo Grob, dejo sin más preámbulos los cuestionamientos que se me ocurrieron en algún café cerca del Monumento a la Revolución, muy cerca de avenida Insurgentes, Ciudad de México, en el año 2017.


¿Cuándo descubriste tu interés por la música?

-A la edad de nueve años, yo solía utilizar instrumentos del hogar para generar mis propios instrumentos. Recuerdo que de niño me gustaba más que me regalaran discos que juguetes, pero no siempre sucedía. Así que tenía que ingeniarme una forma para comprar mis propios discos. Gracias a que tuve un abuelo generoso, a quien recuerdo con gran afecto y quien me daba mis domingos, ahorraba para comprar mis discos en la Comercial Mexicana. Eran acetatos de 32 revoluciones.

Cuando aparecieron los walkman que eran solamente de radio, se me hacía increíble poder caminar sin tener un cable conectado y poder escuchar la música que programaban en esa época.

Ya en la adolescencia me armé de valor, no me importaba recibir las golpizas que fueran necesarias porque decidí no volver a la escuela hasta que me pusieran un maestro de guitarra. Para mi fortuna llegó el maestro, no así la golpiza. Al año entré a mis clases de iniciación artística en Bellas Artes. Ahí inició un ritmo como de disciplina militar. Me levantaba a las seis de la mañana. Asistía a la secundaría. A las tres de la tarde entraba a Bellas Artes, salía de casa a las nueve, a las diez llegaba a hacer tareas. Era un régimen un tanto pesado, pero yo era feliz.


¿Cómo descubriste la necesidad de expresarte mediante la música?

-En la definición de mi personalidad siempre estuvo muy presente el mundo de la plástica. Recuerdo que en casa, siempre había mucha cultura. Cuando era niño, recuerdo que había muchos libros, pinturas; personajes que si yo los dijera, se preguntarían ¿por qué te tocó conocerlos tan joven?

Pero así me pasó.

Recuerdo que durante mi infancia, todos los años nuevos, estaba ahí un ser enigmático, con un color de cabello diferente, para mí siempre fue la señora del copete. Aunque la llamaban de una forma rara, nunca pude aprender su nombre, posteriormente me cayó el veinte de que era Tongolele. Su hijo estaba casado con la hermana de mi papá.

Así se fue dando la vida.

A los once años recuerdo que me la pasaba tras bambalinas en el teatro, durante la temporada de una de las obras de Silvia Pinal, y aunque no le gusté a la señora, a mí me tocaba verla cambiarse, no por morbo, sino porque no tenía para dónde hacerme.

Comencé a hacer mis bandas con mis primos y amigos del barrio, hasta que el destino dijo: parece que es en serio.

Soy parte de esa generación de familias disfuncionales, donde literalmente, mis familiares se fueron de la casa. Y a consecuencia de eso, empecé a vivir solo a los dieciséis años. Por esa razón, crecí generando la sensación en mí, de alguien completamente desarraigado y sin fronteras.

A los diecisiete tenía una banda de rock ensayando en mi casa y en vez de ir a la preparatoria, estaba tocando con ellos. Aunque era menor de edad, podía entrar a todos los antros, y salía en rock 101. Entonces ya era el héroe de la prepa. Tocaba en una banda, vivía solo y entraba a los antros y además era joven y bello. Fue un momento en el que la vida para mí era brillante. Así fue como comencé a tocar en vivo.


Tenía un cuate que estaba en una banda, el Santísimo mitote banda que formó el Tiky (Hagen) cuando se salió de la Maldita vecindad. Y me invitó a tocar la guitarra. Para entonces yo llevaba cuatro años estudiando guitarra, cuando me escuchó Tiky, me dijo: pues ¡Ya estás!

Y a la semana, yo ya tocaba en la banda. Ahí comencé a darme cuenta cómo era ese “rush” de tener que hacer prueba de sonido, ensayar, llevar instrumentos, aguantar a que nos pagaran o que no nos pagaran, presumir el flyer o ir a la entrevista. Entender que para presentarse en televisión hay que ir con tu credencial del sindicato de músicos, o irse a dar de alta. Esos momentos me ayudaron a tener una visión más certera de lo que quería hacer de mi vida. Que mi proyecto de vida era la música.


¿Cómo ha sido la vida de músico en México?

Tuve otras experiencias en el terreno del performance, y para la época del Santísimo Mitote, estudié la preparatoria abierta en Estados Unidos.

Al regresar estuve involucrado en un proyecto llamado La Diabla, fue un proyecto que perteneció a la subdivisión de PolyGram, que al mismo tiempo fue lo más grande y lo más triste que hicimos juntos, sacar un disco, que desafortunadamente se quedó enlatado.

La Diabla perteneció a la misma generación de bandas como La Gusana Ciega -banda que también perteneció a esa subdivisión de la disquera- y que tuvieron una suerte muy diferente al proyecto de La Diabla.

Al no tener más expectativas con ese proyecto, al igual que como suelo hacer en otros aspectos de mi vida, si siento que no van a pasar más cosas de las que ya sucedieron, aunque no sepa adónde voy, siempre me voy. Así cerré mi ciclo con La Diabla.

Al final de ese proyecto, me tocó ver nacer a bandas como Zoé, Molotov, Café Tacvba, me tocó estar en el último concierto de las Insólitas Imágenes de Aurora. Y vivir el primer concierto de Santa Sabina.

En esos momentos, necesitaba alejarme de la ciudad, y decidí ir a vivir a una casa de campo. Hacia rúbricas para radio, que es la música de fondo de las noticias durante un año.

Pensar esa etapa de mi vida desde el ahora, creo que si no hubiese sido así, probablemente no tendría muchas cosas que son increíbles: la vivencia; la experiencia; y la posibilidad de vivir de hacer lo que me gusta. En este país hacer esto es un lujo, en México la mitad de la gente no tiene trabajo y de la otra mitad, la mayoría trabaja en algo que no le gusta. Creo que estar parado ahí, es un lujo, y al mismo tiempo –humildemente- me da un gran placer.

Después de La Diabla, hice El Abismo que eran donde surgían las rúbricas para radio. En el inter, conocí a Guillermo Clemente, él me invitó a audicionar con El Clan. Lo hice, y mi impresión fue: "estos tipos están locos, hacen música muy retro". Música que yo escuchaba hace diez años. Sin embargo, al mismo tiempo me llamó mucho la atención cantar esa locura. Se me hizo muy divertido. Un año después de audicionar me llamaron y permanecí con ellos casi cuatro años. Hasta que un buen día, me dio la misma sensación que La Diabla, y decidí irme. Sentía que no iba a pasar más de lo que hasta ese momento conseguí con ellos.

Honestamente, el tiempo me dio la razón. Yo sabía desde ese momento que El Clan es una banda que nunca llenará un estadio. Y ese, siendo honesto conmigo mismo, es uno de los objetivos que nunca he dejado de perseguir. A lo mejor, yo tampoco lo voy a lograr nunca, pero prefiero morirme en el intento, y prefiero que ese intento dependa solamente de mí. No quiero dejar esa suerte a nadie más. Así si me equivoco, lo hago yo solo y no me llevo la vida de nadie entre mis ideas. Fue en ese momento que decidí dejarlos.

Tras esa salida, se dio la oportunidad de entrar en la Escuela Nacional de Música, pero entré a una edad muy diferente a mis compañeros. Ya había pasado mi edad de ir a ligar y echar la fiesta. Por lo tanto, no me quedó de otra que coleccionar dieces y de pronto me di cuenta que vivía de dar clases.

Con todo lo aprendido en la Nacional de Música, salí de ahí con la labor de un músico profesional: componer, grabar, presentarte en vivo, hacer investigación, dar clases y producir.

Estoy en un momento de mi vida donde si lo puedo responder en etapas, yo inicié a ciegas; la música fue un paisaje lleno de neblina en cuanto más conocí de ella, el paisaje se fue aclarando al punto en que podía entrar y salir de una manera segura, donde hoy puedo tocar música clásica, bossa-nova, jazz, música experimental, rock, muchos géneros y un montón de cosas más.

Creo que una de las cosas que he ganado, es la posibilidad de moverme con libertad, de tocar sólo o acompañado, de tocar diferentes ritmos, de hacer lo que se sienta, sin perder mi personalidad. Puedo tocar con un ukulele, o tocar con una banda gótica en el Zócalo. Soy consciente de que el mundo que sabe que existo, lo sabe por iniciativa propia, no porque yo se los diga. Y me doy cuenta porque la gente está segura de lo que hago y quién soy.


Continuará...

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